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El
correcto cumplimiento de los deberes religiosos de los vecinos
de La Solana, fue una de las preocupaciones fundamentales de su
Ayuntamiento, y para evitar que la gente eludiera dichas obligaciones,
cuando el 26 de noviembre de 1562, los oficiales de la localidad
hacen unas ordenanzas para el buen gobierno de la villa, entre
otras disposiciones, incluyen tres que tratan sobre ello, y qué mejor
forma de hacer que las personas cumplan con sus deberes, que aplicar
penas pecuniarias a los incumplidores.
Las
ordenanzas incluyen que “qualquier persona que quebrantare
fiestas de domingos, pascuas, dias de Nuestra Señora,
Apostoles, dias de Santos questa villa tiene boto de guardar”,
incluyendo los que habiendo salido a trabajar el sábado
con carros o bestias, vuelvan el domingo después de la
salida del sol, deberán pagar una pena de dos reales,
de los cuales se entregará uno a la iglesia y el otro
para “la persona que lo demandare”, en un
claro intento de que los infractores fueran denunciados, incentivando
así la delación. Asimismo, todas las personas que “esten
por las calles holgando y haciendo otras cosas”, mientras
tiene lugar la misa mayor o bien salgan de la iglesia antes de
que ésta concluya, tendrán que pagar una multa
de un real para la iglesia, mientras que aquellos que las fiestas
de guardar participen en juegos prohibidos, además de
la pena que les corresponda, deberán pagar otros cuatro
reales(1).
La
capellanía de Juan Pardo, instituida en 1544 y de la
que ya hemos hablado, vuelve a encontrarse a comienzos de 1564
sin un capellán a su cargo, tal y como le ocurrió en
1550, y al notar el Concejo que “al presente no se dizen
misas de la dicha capellania”, teniendo un caudal
superior a los dieciséis mil maravedíes, ordenaron que se
dieran cuatro mil maravedíes a tres capellanes de la villa,
con la obligación de decir dos misas por semana por el alma
de Juan Pardo, hasta que se gasten los cuatro mil dados a cada
uno, teniendo en cuenta que cada misa salía por un real
(34 maravedíes) de limosna, con lo que tendrían fondos
para decir misas por un tiempo superior al año, ordenando
al depositario de los fondos de la capellanía que entregase
inmediatamente la mitad de los cuatro mil maravedíes indicados
a los capellanes, mientras que el resto sería entregado
dentro de seis meses. Con el dinero sobrante se deberá nombrar
a una persona que se encargue de proveer a los capellanes de la
cera necesaria para dichas misas. Tras
la toma de esta decisión
de emergencia, la situación de la capellanía
se normalizaría
en los años siguientes, así vemos cómo
el 21 de julio de 1567, se nombra a Alonso López, como
capellán “para
que diga las misas de la capellania de Juan Pardo”,
encargándosele que diga tres cada semana “y
se le pague por ello la limosna acostumbrada”, siendo
el 22 de marzo de 1572, el elegido para el cargo, Francisco
López
de Santa Elena.(2)
Una
costumbre que se tenía por esos años, era contratar
un fraile para predicar durante la cuaresma, y para “su
mantenimiento ordinario seria bien proveerle la despensa”,
decidiendo que aunque parte de sus emolumentos se le den
en especie, el resto se le entregue en metálico: “un
tanto en dineros para cada un dia”, habiéndose
escogido en 1564, al fraile Francisco, encargando el Ayuntamiento
al alcalde Francisco García y a los regidores Francisco
López
y Francisco Serrano, que “concierten con el dicho
predicador” y
se le pague lo que ellos acuerden con el fraile(3).
La
elección de los cargos de la Iglesia se hace de común
acuerdo entre los miembros del Ayuntamiento y el cura de la misma,
como vemos en noviembre de 1565, cuando reunidos los oficiales
del Concejo “en presencia del señor cura”,
deciden nombrar por unanimidad entre todos los asistentes,
al padre Juan de Santisteban como sacristán y al padre Francisco
Eras, en el puesto de capellán de las ánimas del
purgatorio, tras lo cual fueron llamados ambos al ayuntamiento,
donde se les comunicó oficialmente el nombramiento para
dichos “oficios”, aceptando el puesto
los dos, y estampando su firma como conformidad en el libro
de actas. El aumento del trabajo en la Iglesia, hará necesario que
se nombren dos sacristanes, de forma que el 5 de septiembre de
1568, serán nombrados el bachiller Francisco López,
clérigo y Juan Pérez de Monguía, lego, entregándoles
a los elegidos cinco llaves: la de la puerta de la sacristía
y la de la iglesia, mientras las otras tres corresponden a cajones
y cajas de ornamentos. Como se puede ver, se toma una decisión
ecléctica para ocupar los dos puestos, nombrando un miembro
de cada estado: un religioso y un seglar(4).
Una
Provisión Real de 13 de marzo de 1568, confirmará lo
anteriormente dicho, declarando que corresponde al Concejo
de La Solana, el nombramiento de sacristán para
la parroquia, aunque con el asentimiento y beneplácito
del cura. Dos días
después se dictará una nueva Provisión,
en la que se intenta mediar en otro litigio, sobre la percepción
y distribución de las limosnas para el sufragio
de las ánimas
del Purgatorio, indicando que el Concejo debe nombrar personas
para recoger dichas limosnas, debiendo entregárselas
al cura, para que éste las distribuyese, siendo
ello confirmado en otra Provisión Real de 7 de abril,
indicando que se mantenga de dicha forma, hasta que se
resuelva el pleito que hay sobre dicho tema. El resultado
del pleito mantendría las normas dictadas
por las provisiones reales, pues el cura de La Solana solicitará el
9 de agosto de 1574, un traslado de dichas provisiones,
con la clara intención de asegurar su cumplimiento.(5)
El
malestar entre el cura de la iglesia de Santa Catalina,
el padre Pastrana, y los miembros del Ayuntamiento serán
algo común: el uso que se daba a los capillos
es uno de los motivos de disputa, que se mantendrá a
lo largo del tiempo, y si en diciembre de 1565, se quejan
de que el cura “hace
cosas yncovenientes”, porque se lleva todos
los capillos que se entregan al sacristán, Juan
de Santisteban, y le piden al mayordomo que “tenga
cuenta y razon” de
ellos, nueve años más tarde el 2 de septiembre
de 1574, vuelve a surgir el mismo problema, denunciando
los miembros del Ayuntamiento, que el cura “suele
llevarse todas las capitas de los niños que se
bautizan y se dio concierto con el cura que se llevase
la mitad”,
con lo que aparece que aunque se había llegado
a un acuerdo para repartirse los capillos, el cura no
lo cumplía, alegando que era “costumbre
ynmemorial” que se quedase la Iglesia con
ellos.El
problema de los capillos era que luego se vendían y todos
querían controlar dicho ingreso(6).
En
enero de 1566 hay otro problema sobre las licencias
que tienen que pedir las “cofradías de la
dicha villa y otras… de
las ermitas” para realizar ciertas funciones,
como decir misa o poner lumbrarias, volviendo a intervenir
el Concejo al ordenar que el procurador vaya a la Corte
y “demande las cosas
que no conviene a la dicha yglesia”. Las
disputas aparecerán
por las causas más imprevistas, como es la muerte
el 3 de octubre de 1568, de Isabel de Valois, mujer de
Felipe II, y las honras fúnebres que hay que celebrar
en La Solana. El sábado,
16 de octubre, el Concejo ordena que las honras comiencen
al día
siguiente, y se digan misas el domingo y el lunes, para
lo que se entregarán seis reales a cada clérigo
de la villa. El objetivo del Ayuntamiento es celebrar
de forma rápida
y ostentosa los actos por la muerte de la “Reina
Nuestra Señora”, ya que el pueblo
se tiene “como
muy delantero” siendo una de las principales
villas del Partido. Pero estos actos chocarán
con los preparativos que tenía hechos el cura
Pastrana, para la celebración
de San Lucas, el 18 de octubre, teniendo la iglesia engalanada
para ello, lo que provocará el enfrentamiento.
Ante las críticas del Concejo, el cura indica
que el no impide celebrar las honras de la Reina, sino
que al realizarlas con tanta premura no se celebrarán
como se merece, a la vez que se mezclarán “las
onrras de la Reina y el Evangelista”, a
pesar de lo cual el Concejo impondrá su criterio, indicando
que se celebren las honras por la reina muerta como están
ordenadas y se pregonen por el pueblo(7).
Isabel
de Valois, tercera esposa de Felipe II, murió a
los veintidós años, a consecuencia
de un aborto, cuando se encontraba embarazada de
cinco meses.Las
honras por la muerte de un miembro importante de la Monarquía
hispana, como era este caso, consistían sobre todo en
actos religiosos y misas, a las que acudían el clero local,
los oficiales del Ayuntamiento, las cofradías y las élites
locales. En algunas poblaciones importantes se hacían
trajes de luto y se erigía un catafalco(8),
como en Albacete, donde en los actos por la muerte
de Isabel de Valois, Pedro de Villanueva(9) levantó uno.
Los gastos ocasionados por estas honras eran asumidos
por los ayuntamientos, como podemos ver en La Solana.
Los escritores de la época
escribieron elegías en honor de la reina muerta,
como Miguel de Cervantes, que todavía en su
juventud realiza varias composiciones poéticas
(un soneto, cuatro redondillas, una copla y una elegía)
que fueron incluidas en una obra conmemorativa realizada
por su profesor, Juan López de Hoyos.
El
Concejo de la Parroquia indicó que
se celebrara las honras por la reina Isabel muerta como
estaba ordenado y se pregonará por el pueblo. |
Por
otro lado las obras seguían siendo una de las cuestiones
más importantes que tenían lugar esos años,
en la iglesia de Santa Catalina, como venía siendo normal
en las últimas décadas, siendo muchas las necesidades
que había que atender, como era la construcción de
la torre, como hemos visto en los dos capítulos anteriores,
aunque no era la única, pues había que atender varios
frentes a la vez.
La
realización de la tribuna, proyectada a finales de los
años cuarenta, y comenzada a construir
en los cincuenta, era otra de las prioridades,
aunque la utilización de una
importante suma de dinero para hacer la torre,
había provocado
el retraso en su construcción, si
bien al estar solventado el pleito para finalizar
la torre, se vuelve a insistir en la necesidad
de hacer otras obras, por lo que el uno de
septiembre de 1570, muestran su preocupación
por la obligación
de “hazer
una tribuna en la dicha yglesia y que della
ay muy pronta necesidad es menester comprar
luego madera ya bieja destar proveydo lo
susodicho”,
aunque para hacer las gestiones necesarias
se encuentran con un grave problema: no se
ha proveído el puesto de mayordomo
de la iglesia, lo que está provocando
que no haya nadie que “beneficie
los bienes de la yglesia”,
y que no obtengan ingresos pues no hay encargado
de cobrar los alcances, mientras que las
tierras de la iglesia se encuentren sin apear,
lo que está restando
importantes ingresos en un momento en que
son muy necesarios. Para subsanar este grave
problema, los oficiales del Concejo “ordenaron
e probeyeron que de oy en adelante sea mayordomo
de la dicha yglesia por todo el tiempo que
otra cosa se mande y probea Juan Diaz de
Alexo Lopez, vecino de la villa”,
encargándole
que ponga orden en las cuentas de la iglesia
y comience las gestiones necesarias para
terminar de construir la tribuna(10).
La
tribuna se construirá definitivamente
en los primeros años de la década
de los setenta, siendo los maestros que
la realizan: Maese Domingo y Gregorio de
Arjeola, pensando María del Pilar
Molina que dicho maese Domingo podría
identificarse con el maestro genovés
del mismo nombre, que estuvo trabajando
en el Palacio de Viso del Marqués
entre los años 1570 y 1572(11),
aunque habría que tener en cuenta
que Maese Domingo desempeñó el
cargo de maestro de obras, mientras que
el maestro mayor de carpintería
era el también genovés, Maese
Alberto(12),
especialidad más apropiada para
la construcción de
una tribuna de madera, como era la de La
Solana.
Pies de la Parroquia de
Santa Catalina donde estaba la tribuna de Madera construida
a finales de los años 70 del siglo XVI
|
Otro
problema constructivo que se va a tratar en febrero de 1573,
es que todavía no se ha completado del
todo la bóveda,
provocando este retraso los problemas
de finalización de
las obras de la torre; una vez solventados éstos
se ordena que “la bobeda de
la iglesia que se acabe”,
reparándose todo aquello que sea
necesario, y así rematar
de una vez los trabajos en el cuerpo
de la iglesia, que se encuentra en este
momento prácticamente terminado(13).Al
estar finalizada la construcción
de la torre, habrá un
elemento que hasta ese momento no se
había
tenido en cuenta: una buena campana.
El
7 de mayo de 1566, se observa que la iglesia no tiene más
que una campana y pequeña, por lo que
aprovechando que hay en la villa un oficial
que sabe hacer campanas, los miembros del Concejo hacen llamar
al bachiller Mexía(14),
teniente de cura,
indicándole
la necesidad de hacer una campana nueva,
pudiendo aprovechar la oportunidad de hallarse
en La Solana un oficial que puede hacerla,
a lo que responde éste que está totalmente
de acuerdo con dicha propuesta.Ese mismo
día se entra en negociaciones con
dicho oficial, que se llamaba Juan de Calatrava,
llegando a un acuerdo por el que se comprometía
a hacer una campana de quince quintales,
obligándose a tenerla acabada en
cuarenta días,
debiendo dar el Concejo los materiales
necesarios y pagar entre seis y doce reales
por cada quintal que tenga el maestro que
fundir. Juan de Calatrava se compromete
a mezclar el metal para la campana y “que
sea bueno e aderesçar dicha campana
buena y sana”,
y en el caso de que se quebrase debería
rehacerla a su propia costa(15).
Aunque
la atención se debía centrar
en las obras de mayor enjundia, no por
ello se olvidaba la renovación
de los ornamentos, necesarios para la correcta
celebración
de las funciones propias de la parroquia.
En
marzo de 1571, al pedirse que se compre
una campanilla “que sea de dos
reales, poco mas o menos” y
de un vaso de plata “para
el altar quando comulguen”,
se decide que el mayordomo de la iglesia,
acompañado de una persona experta
en ello, vayan a Toledo para comprar
dichos ornamentos, al tiempo que se ordena
que vendan los ropajes y utensilios que
no se utilicen o no tengan alguna función
y que el mayordomo de cuenta y razón
de lo que se hubiera vendido(16),
en un claro intento de conseguir fondos,
para cubrir al menos parte de los gastos
necesarios.
La
iglesia por tanto iba dotándose, poco a poco, de todos
los elementos necesarios, contando con un órgano desde mediados
del siglo, por lo que se contrataba todos los años un organista,
cuyo nombre y salario conocemos al ser citado en septiembre de
1567, cuando es renovado en el cargo. El organista era Juan Pérez
de Monguía, que cobraba tres mil maravedíes anuales
por su labor(17).
NOTAS.
1.ARCHIVO
HISTÓRICO
MUNICIPAL DE LA SOLANA (AHMLS). Libro 10. Libro de acuerdos del
Ayuntamiento de La Solana (1561-1575). Acuerdos de 26 de noviembre
de 1562.
2.Ibídem.
Acuerdos de 21 de julio de 1567 y 22 de marzo de 1572.
3.Ibídem.
Acuerdos de 19 de febrero de 1564.
4.Ibídem.
Acuerdos de noviembre de 1565 y 5 de septiembre de 1568.
5.ARCHIVO
HISTÓRICO
NACIONAL (AHN). Sección Consejo de Órdenes Militares.
Uclés. Carpeta nº 51.2.
6.AHMLS.
Libro 10. Libro de acuerdos del Ayuntamiento de La Solana (1561-1575).
Acuerdos de 17 de diciembre d 1565 y 2 de septiembre de 1574.
7.Ibídem.
Acuerdos de 16 de octubre de 1568.
8.El
catafalco es un túmulo
o armazón de madera, vestida de paños fúnebres
y otros elementos de luto, muy elevado y adornado con magnificencia,
que se sitúa en los templos, para celebración de
exequias u honras solemnes.
9.SANTAMARÍA
CONDE, Alfonso: “Sobre las fiestas de Albacete en tiempos
de los Austrias” en Cultural Albacete nº 11, I época. Albacete,
1987.
10.AHMLS.
Libro 10. Libro de acuerdos del Ayuntamiento de La Solana (1561-1575).
Acuerdos de1 de septiembre de 1570.
11.MOLINA
CHAMIZO, María
Pilar: “Un ejemplo de la evolución arquitectónica
religiosa en el territorio santiaguista del Campo de Montiel: la
iglesia parroquial de Santa Catalina (La Solana)” en Las
Ordenes Militares en la Península Ibérica. Edad Moderna. Universidad
de Castilla-La Mancha, Cuenca, pág. 1541.
12.BALLESTER
ESPÍ,
Joaquín: La pequeña historia del Viso del Puerto. Ediciones
Muradal. Viso del Marqués, pág. 60.
13.AHMLS.
Libro 10. Libro de acuerdos del Ayuntamiento de La Solana (1561-1575).
Acuerdos de 17 de febrero de 1574.
14.El
teniente de cura era el segundo dentro del escalafón de
una parroquia, que auxiliaba al cura en sus funciones y lo sustituía
en sus ausencias.
15.AHMLS.
Libro 10. Libro de acuerdos del Ayuntamiento de La Solana (1561-1575).
Acuerdos de7 de mayo de 1566.
16.Ibídem.
Acuerdos de 4 de marzo de 1571.
17.Ibídem.
Acuerdos de septiembre de 1567.